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sexta-feira, 9 de outubro de 2009

Cuentos Chinos (domingo)


Un cierto país subdesarrollado decidió pagar su deuda externa. Para ello, suscribió un contrato con China que consistía en que este superpoblado país pagaría la deuda a cambio de colocar unos cuantos millones de chinos en el país subdesarrollado. Las cámaras de televisión y las primeras planas no faltaron, pero tampoco un abogado. El doctor Sergio Sabio, oriundo de un país vecino, incluyó una cláusula en letra menuda que reglamentaba el ingreso de los chinos: entrarían de a uno por día.
Contaba Kafka que los chinos, mandados por su Emperador, se dirigían ciegamente a construir la Gran Muralla. Dadas las grandes distancias y la lentitud de las comunicaciones, las contraórdenes llegaban al mismo tiempo que sus propias contraórdenes. La lejanía, a su vez, separó irremediablemente miles de familias. Sin embargo, la proverbial paciencia china mantuvo a las familias esperando, incluso a través de generaciones. Muchos siglos después, como la justicia siempre llega, el Partido de Gobierno resolvió indemnizar a los damnificados. Se les comunicó que, en virtud del sufrimiento acumulado por siglos, se les daba la posibilidad de trasladarse a una tierra de oportunidades. El entusiasmo cundió en los descendientes, que vieron saciada su sed de reparación. A los gobernantes, por otra parte, poco les interesaba la letra chica del contrato, que de ninguna manera habían omitido leer. Eran políticos e inteligentes. Como políticos que eran, les importaba un bledo la justicia o lo que el pueblo quisiera y preferían siempre la publicidad a cualquier otra cosa. Como inteligentes que eran, sabían que el mundo se llenaría de chinos de todas formas.

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